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mujer en el espacio productivo, suele ser variable, ya que además de estar condicionada culturalmente, depen-de de la existencia o no de mano de obra asalariada, así como de la edad y participación que tengan los hijos, en particular los varones. El género actúa con mayor fuerza en el caso del hombre, el cual por asignación social es difícil que se dedique a tareas do-mésticas, a diferencia de las mujeres que por lo general les está reservado este espacio. Por otra parte, cuando las mujeres realizan actividades tales como la huerta y/o la cría de animales menores, son consideradas aún por ellas mismas como “trabajo domésti-co”, debido a que son destinadas fun-damentalmente para el autoconsumo familiar. Ocurre lo mismo con los tra-bajos que se llevan en el predio, los que por realizarlos en conjunto con otros miembros del hogar y no reci-bir remuneración, son considerados solamente como “ayuda”, sin asig-narle más importancia que esa, ni en términos de ingresos para el hogar, ni en relación al desenvolvimiento de la producción. De modo que esta invisi-bilidad del rol productivo, se ve reafr-

mada a través de la percepción que las mujeres tienen de sí mismas, en tanto suelen pensarse primero como amas de casa, y secundariamente como productoras.

La forma en que se van asignando culturalmente las tareas conforme al género, pueden visualizarse clara-mente en los hijos/as, ya que durante la crianza van reconociendo, apren-diendo, y fnalmente reproduciendo el lugar que ocupan, y que les correspon-de dentro del “espacio productivo” de la empresa. Por ejemplo, hijos e hijas que se vincularon desde temprana edad a las tareas del predio, comien-zan realizando las tareas de “tambo” (ordeñar, limpiar la sala de ordeñe, y ocuparse de la crianza de los terne-ros). Sin embargo, cuando son jóve-nes se van asignando gradualmente tareas diferenciales para ambos; en las familias de composición mixta (hi-jos de ambos sexos), es donde dicha distinción se vuelve más clara. Mien-tras que las hijas en general permane-cen vinculadas a las tareas del tambo, los hijos comienzan de a poco a tener una relación más próxima con las ma-quinarias y con las tareas de “campo”.

Lo frecuente es que los hijos comien-cen a compartir actividades junto a los padres, mientras que las mujeres lo hacen con sus madres. De este modo se confgura una díada muy fuerte en-tre “padre e hijo”. La misma implica, que ambos trabajen juntos y compar-tan las decisiones, y que se produzca así el traspaso de gran parte de los conocimientos técnicos sobre la acti-vidad y sobre el ofcio de productor. En tanto que lo usual, es que a las jó-venes se les fomente otras opciones que las alejarán del establecimiento (vía educación o empleo en tareas no agropecuarias), y de la posibilidad de desarrollar un proyecto productivo al interior del mismo.

A nivel de las decisiones también se puede confrmar que el género actúa como un factor determinante en la participación e incidencia que tienen los distintos integrantes de la familia. Como se suele entender que es el hombre el que socialmente “trabaja” en el predio, le corresponde tomar de-cisiones, llevar el control y ser el res-ponsable de la producción; mientras que la mujer, como trabaja en la casa, le corresponde decidir sobre el uni-

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