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principalmente en el estudio, en tanto se consideró que más importante que dar cuenta de la transferencia jurídica de los bienes, era el de analizar cómo se producía el pasaje de responsabili-dades sobre la gestión de la empresa a la siguiente generación.
En el cuadro 1 se pueden observar algunas de las características de las explotaciones analizadas.
Mi hijo el futuro sucesor…
En la mayoría de las familias existía una preeminencia natural a concebir al hijo “varón”, en términos preferen-ciales a las “mujeres”, como el futuro sucesor de la empresa. La naturali-dad con que se vivía este hecho, se constataba claramente al comparar las expectativas que surgían para las “hijas”, en particular en los casos en donde la sucesión femenina resultaba inevitable, es decir, donde sólo había hijas mujeres. El caso más signifca-tivo correspondía a la familia com-puesta de una única hija, donde el
padre expresaba que había tratado de desalentar a que su hija se vinculara al trabajo en el predio, y en cambio, la había estimulado a que estudiara. Eran frecuentes escuchar así, en las expresiones de los padres, de que el trabajo de campo era “sacrifcado para una mujer”, y por parte de las hijas que habían decidido quedarse, que debie-ron ganar con mucho esfuerzo el lugar que ocupaban en la empresa. Si bien la ley no discrimina a los he-rederos según sexo, son las prácticas familiares y las costumbres instituidas al interior de la explotación, las que determinan inequidades en prejuicio de las mujeres, en relación al acceso a la tierra, así como a su uso y control. Estas desigualdades se sustentan en un orden de género fuertemente asi-métrico, en tanto se basa en construc-ciones culturales que se realizan en torno a la masculinidad y feminidad, que determinan roles y patrones de conducta diferenciales para hombres y mujeres. Esto se visualiza claramen-
te, al observar cómo se distribuyen las tareas y la participación que tienen los distintos integrantes de la familia en la toma de decisiones, ya que se defne quién hace qué y en qué espacios en función del sexo.
La lechería tiene la singularidad de constituir un rubro incluyente con res-pecto a la participación de la mujer, a diferencia de otros rubros (por ejem-plo la ganadería), que por el contrario suele excluirla. De todas maneras, y como se pudo constatar en estas fa-milias, las tareas que le corresponden a uno u otro sexo están claramente delimitadas. Las tareas consideradas de “campo” (andar en el tractor, labo-reo, siembra), y las que implican es-fuerzo físico (cargar bolsas, etc.) son atribuidas culturalmente a lo “mascu-lino”. Mientras que las tareas conside-radas como más leves y rutinarias son asignadas a las mujeres, tales como el tambo y la crianza de los terneros, o llevar la contabilidad de la empresa. Sin embargo, la participación de la
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