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do el internado, trabajaban dos horas por día y siempre les hablaba sobre la importancia del Paiva, de la oportunidad que se les había brindado.
Así que con los gurises más grandes y los empleados, empezamos arrancan-do chilcas a mano en el piquete de los caballos.. Les decía “si limpiamos las chilcas no nos vamos a mojar hasta la cintura cuando tengamos que agarrar caballos”. Yo era uno más entre ellos, me gusta dar órdenes y participar del trabajo, eso creó un ambiente de com-pañerismo, salíamos juntos y me ponía a trabajar codo a codo. También en la portera que era un barrial bárbaro fui-mos rellenando con piedras y balasto, y así sucesivamente mejoramos nuestras condiciones de trabajo. “Ahora se ve y disfruta ese trabajo que pasamos en aquel momento”.
El ordenamiento del ganado no fue menor, partimos de una producción muy baja tanto en los vacunos como en los ovinos, había que organizar las encarneradas, entores, la majada y el rodeo de cría. En los últimos años he-mos logrado mantener un porcentaje de señalada que ronda el 110% y una marcación del orden del 90%,…….. he-mos avanzado mucho.
Creo que todos estos logros se debie-ron a que se formó un equipo fuerte y unido, Haroldo sigue siendo el que rea-liza la planifcación, Alexis, un compañe-ro que hace ocho años que trabaja en la Institución, prácticamente entramos juntos, y Marcos que recién comien-za. Además ambos son exalumnos del Paiva, nos conocemos desde hace muchos años. Otro aspecto que no es menor, es que en el Paiva han cambiado los directores pero se ha mantenido la forma de trabajar en el campo. Siempre se respetó la planifcación hecha en un principio. Hoy estoy convencido que hemos cumplido con los objetivos que nos planteamos.
A pesar de las tareas y desafíos que teníamos por delante, continué durante un año y medio con la explotación de los montes, hasta terminar con todos los compromisos asumidos.
Por lo que me has contado el tra-bajo fue muy duro, ¿qué tiempo te hacías para tu familia?
Eso no se puede descuidar. En el co-mienzo Rosana trabajaba en Sarandí y cuando quedó embarazada se fue para Montecoral. En el Paiva tenía libertad para organizar mi trabajo, eso me permi-
tió adelantar actividades y después irme unos días para mi casa, no importaban los días no había sábados ni domingos. A mi señora no le gustaba quedarse quieta, quería mudarse para Sarandí del Yí para poder trabajar. La idea era alqui-lar una casa y abrir un almacén. Para esto el sueldo no era sufciente, así que volvimos al negocio de la leña. Los fnes de semana, Rosana y los niños venían hasta Sarandí y nos íbamos para los montes, recuerdo que mi hija más chica todavía no caminaba y le hacíamos un corral con troncos. Nunca le tuve miedo al trabajo ni bajé los brazos para crecer; así fue que en el 2011, logramos mudar-nos a Sarandí del Yí e instalar un alma-cén. Rosana empezó sola, hoy en día el negocio se expandió, y ya tiene cuatro empleadas.
Después de la mudanza para Sa-randí delYí y ordenar el trabajo en el Paiva, ¿has logrado estabilizar una rutina menos agitada?
Esto es algo de nunca acabar, tanto en la familia como en el trabajo. En la familia porque los gurises crecen y re-quieren otro tipo de atención, y en el trabajo porque siempre hay algo nuevo para hacer.
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