Muerte del granjero británico
Newsweek, marzo de 2001
La enfermedad es sólo la última crisis que asedia a la vida rural. El mundo de una especie en peligro.
No había duda sobre el manto mortuorio que cubría la agricultura británica la semana pasada. Alimentadas por los cadáveres de miles de cerdos, ovejas y vacas, las piras fúnebres lanzaban humo negro hacia el cielo mientras el país batallaba contra el último azote a su industria agrícola. Esta vez el enemigo era la fiebre aftosa. Esta enfermedad es extremadamente contagiosa; se puede mover de un lugar a otro en una antena de automóvil. Si está fuera de control, puede causar un desastre económico. Gran Bretaña tomó medidas drásticas. En Londres, los visitantes del parque zoológico caminaban por alfombras empapadas en desinfectante, y se cerraron con llave las verjas de las 944 hectáreas del parque Richmond para proteger la manada de ciervos reales.
Pero el campo sintió el demoledor golpe de las precauciones. Los movimientos de ganado fueron congelados. A los forasteros no se les permitió el ingreso a las granjas. Los granjeros se quedaron en casa, y los pueblos rurales se volvieron pueblos fantasmas. Dolly, la oveja clonada, fue puesta bajo custodia. En Shropshire, el epicentro del anterior brote de aftosa que llevó a la incineración de más de 400.000 animales en 1967, había una sensación de presentimiento. "Aquí está la primavera silenciosa", dijo el conservacionista Paul Evans después de un paseo por los bosques alrededor de Much Wenlock.
Pero lo que aflige a la agricultura británica es mucho más profundo que un catálogo de enfermedades, aunque sean terribles. La fiebre aftosa, la EEB (encefalopatía esponjiforme bovina), la fiebre porcina, esos son los nuevos titulares que señalan un problema antiguo. Durante los últimos cinco años, el ingreso por la agricultura de Gran Bretaña ha caído en casi 75 por ciento. En los últimos dos años, alrededor de un tercio de los 150.000 granjeros de Gran Bretaña se ha retirado. El futuro para los restantes no es brillante: la edad promedio de un granjero británico es 57 años. "Cultivar nunca será lo mismo", dice Keith Thompson, de 40 años, granjero de una lechería en Cheshire. El y su esposa ya no toman leche con su té; ellos necesitan venderla, y cada gota cuenta. "Mi hijo mayor me preguntó si habrá futuro en la granja para él", dice Thompson.
Todos tienen un culpable favorito. Los granjeros culpan a la EEB y otras enfermedades, a una libra fuerte que afecta las exportaciones, a las alzas en el precio del combustible y los fertilizantes, y a las políticas "anticampo" del gobierno de Tony Blair, cuyo corazón es la Gran Bretaña urbana. Los ecologistas culpan a la "granja fábrica" por crear condiciones que engendran temores por la integridad de los alimentos y por asumir que "la industria química ha hecho que la naturaleza sea irrelevante", como dice el escritor Graham Harvey. Los políticos culpan a casi dos décadas de desregulación en pro del granjero por parte del Partido Conservador durante los años 80 y 90, que ellos dicen arruinaron las reglas de higiene.
Los economistas, con una visión más fresca, culpan a las realidades del mercado en un mundo cada vez más sin fronteras, donde la proximidad de la demanda a la oferta ya no define la transacción de la granja al mercado.
Como resultado, la industria de la agricultura doméstica se ha encogido dramáticamente. Entre 1951 y 1991 el número de granjeros en Inglaterra y Gales declinó de 327.000 a 178.000. Hoy está por debajo de los 100.000. Toda la agricultura británica representa simplemente el 1,3 por ciento del PIB; un poco menos que la industria de los sandwiches empacados. Y el ingreso total de las granjas en Gran Bretaña en el 2000, estimado en
£1,88 mil millones, habría sido profundamente negativo si no hubiese sido por los £2,87 mil millones en subsidios de la Unión Europea.Muchos granjeros tienen que hacer mucho más que cultivar para cubrir las cuentas de gastos. Clive Swan, de 37 años, un ganadero en el norte de Gales, renta espacio de parqueo a un camionero, cría pollos y patatas para vender al detalle en un estacionamiento escolar; su esposa, Gayle, vende huevos y patatas a las mamás que vienen a dejar a sus niños.
La industria agrícola británica es ahora tan pequeña que la crisis de la fiebre aftosa ni siquiera se registró en la Bolsa de Valores de Londres la semana pasada. Europa continental la tomó en cuenta, temerosa de que estuviese infectado el ganado importado de Gran Bretaña antes de una prohibición para enviarlo que se impuso el 23 de febrero. Con una elección en el horizonte, posiblemente en mayo, el gobierno de Blair también la tomó en cuenta, corriendo para contener la enfermedad y proponiendo
£168 millones para compensar a los granjeros.El Primer Ministro estaba reconociendo algo más grande: a pesar de que la agricultura se ha encogido, todavía tiene un lugar mítico en la vida británica. Con lo urbana que es la moderna Gran Bretaña, las granjas, en particular, y el campo, en general, disfrutan de un status de símbolo. La semana pasada, el príncipe Carlos (él mismo es un granjero orgánico) se unió a la celebración del quincuagésimo aniversario de la radionovela más larga del mundo, "The Archers", que relata la vida de una granja en un pueblo. El drama de la BBC atrae a 4,5 millones de oyentes absortos. Los granjeros de Gran Bretaña, podrían ser perdonados por desear que, siquiera una vez, la vida imitase al arte.