El Jefe Rabaka

Mientras el viejo Rabaka arma barcos de juguete con sus nietos en su choza con piso de tierra, los recuerdos de su infancia lo acosan con melancolía. Siendo jefe de la isla de Vanitu-Levu, una de las tantas que conforman las islas Fidji, sabe que la supervivencia de su raza está en esos recuerdos.

Siendo muy niño, su valeroso padre, el jefe Vunibaki, construyó una barca capaz de albergar a toda su familia y víveres suficientes como para sobrevivir en su disparada de los ataques por mar de sus temibles enemigos los maoríes. En varias oportunidades, Vunibaki tuvo que embarcar a su familia en su barca y salir por la barrera de coral hacia el mar abierto para escapar de sus feroces enemigos.

Pero según pasaban los años, Vunibaki sabía que iba quedando más viejo y débil para desplegar las velas, empuñar el timón y si fuera necesario, remar. Su barca, avejentada y cada vez más pesada y lenta, le costaba distanciarse de las canoas de sus perseguidores, que a su vez eran cada vez más veloces.

Fue entonces que decidió enseñarle a sus hijos a construir barcas, imitando las ventajas de las canoas de los maoríes, sacando peso innecesario y sin lugar para víveres: en su lugar dejaría artes de pesca que le permitirían sobrevivir en el mar sin mucho lastre.

Los hermanos de Rabaka se opusieron y protestaron ante el viejo jefe. El mayor, heredero del sabio Vunibaki, argumentaba que la barca debía mantener las formas y ornamentos que una nave real debía tener, mientras que debía haber lugar para quienes remaran por él por su augusta posición. El segundo creyó que lo mejor era hacer una barca igual a la de su padre para incluir a sus amigos y compañeros en el salvataje, junto con sus familias, aunque no sabía bien porqué. Unicamente el menor, el actual jefe de la isla de Vanitu-Levu, escuchó a Vunibaki, ya que al ir en la popa de la barca en la última persecución, sintió el terror de los gritos de los maoríes, con sus terribles armas y horribles tatuajes.

Durante muchos días, Rabaka se dedicó a construir una barca más liviana y veloz, bajo la atenta mirada de su venerable padre. En ella se podían ver los adelantos que recordaba su padre haber visto en las canoas de sus perseguidores. Quitó todo lujo de su diseño y agregó las artes de pesca como su padre había sugerido. Su ingenio se encendió y agregó nuevas mejoras que permitieran cargar a su familia, al tiempo que la nave quedó más liviana, práctica y veloz.

Muchos lo acusaron de traidor a las tradiciones de la comunidad isleña, lo que le costó más de una pelea en las que indefectiblemente resultaba perdedor por su inferioridad numérica.

Rabaka además templó sus músculos y cuidó su peso: la visión de sus hermanos cada vez más gordos, pesados y lentos, le asustaba al recordar a los ágiles maoríes. También escuchó la sugerencia de su padre de incorporar a sus compañeros la técnica de remar coordinadamente, como lo hacían los maoríes.

Una tarde, ocurrió lo que Vunibaki tanto temía. Cinco canoas repletas aparecieron repentinamente por la brecha de la barrera de coral hacia la laguna. Mientras la familia real y sus servidores terminaban de cargar la vieja y pesada barca, Rabaka ya estaba con su familia en el mar abierto. El primero en caer fue el mayor, mientras protestaba y reclamaba respeto por su posición, cayó de un golpe de hacha que le partió el cráneo. El segundo, demasiado pesado para pelear, se entregó a sus enemigos que sin piedad lo acabaron. El resto resistió lo que pudo el viejo jefe, que demasiado viejo y débil, cayó con honor.

Mientras el ahora jefe Rabaka, viejo pero todavía con fuerzas, bebe la tradicional bebida, el cava, en su vasija hecha con cáscara de coco, enseña a sus hijos y nietos a construir barcos más ágiles y versátiles, aunque también deja lugar para las innovaciones. El sabe que la supervivencia de su raza depende de eso.
 

Dr. Santiago J.Bordaberry