... QUE AL SALIR SALGA CORTANDO

No se concibe hoy día, comienzos del siglo XXI, un paisano afectado a tareas de campo que no lleve encima su cuchillo. Esta vieja costumbre está indisolublemente atada a la cultura ganadera del Río de la Plata. Dagas, facones, caroneros, cuchillos y otras denominaciones han servido para identificar los distintos tipos del útil. Todos ellos han estado presentes en alguna etapa de nuestro pasado o de nuestro hoy día y en todos los casos constituyen mucho más que un simple instrumento de corte.

En el principio, fueron la prolongación del brazo del hombre rural de nuestro País, ya que con él en la mano eran capaces de hacer cualquier tipo de cosa, tarea o artesanía, pues tanto se convertía en un arma, herramienta de trabajo o útil adecuado a las necesidades del momento. Así servían para cortar, degollar, cuerear, sacar tientos, hasta para picar tabaco o hacer muescas en un palito o el borde de un tubo actual para llevar la cuenta del ganado.

Pero como decíamos, el cuchillo (denominación genérica) no ha sido uno solo, ni han sido todos iguales a través del tiempo.

Empecemos pues por la daga. Seguramente parece haber llegado a América desde Flandes en la cintura de los conquistadores. De hoja fina, no muy larga y con filo y contrafilo a lo largo de toda ella, su puño estaba mayoritariamente resguardado por un gavilán o travesaño que luego reaparecerá en la figura del facón.

Los facones, cuyo nombre proviene del portugués faca, con el aumentativo determinante, fueron armas con hojas de más de 30 cm, con filo de un lado y del otro desde la punta a lo largo de un tercio de la misma. En general la hoja se desarrollaba simétricamente a un eje y en muchos casos solía tener canaletas o sangradores, seguramente como forma de dar mayor rigidez y de alivianar el arma. Contaba en la mayoría de los casos con gavilán en forma de S, de travesaño o de U hacia el puño o hacia la hoja, de tal manera de proteger la mano de los golpes del contrario en el primitivo esgrima criollo. Su hoja, de buen acero, estaba en muchos casos hecha artesanalmente con limas o trozos de espadas o sables y muchas veces su largo podía llegar a cuarenta y más centímetros. Cuando el largo excedía esa medida habitualmente se les llamaba caroneros, ya que la imposibilidad de cargarlos a la cintura – atravesados a la espalda – hacía que los mismos se pusieran entre las caronas o debajo de los pelegos, del lado de montar y con la empuñadura hacia adelante.

A diferencia de los anteriores los cuchillos, propiamente dichos, tendrán una hoja lanceolada cuyo borde de filo se vuelca hacia el lomo y éste en su punta o último tercio se inclina hacia el filo dando esa curvatura tan particular a nuestros cuchillos de campo.

En muchos casos hay quien gustaba o gusta de afilar este contrafilo o punta. El cuchillo, a diferencia de sus antecesores no tendrá gavilán, pero si su cabo estará separado de la hoja por un pequeño barrilete o botón de metal, característico de los cuchillos orientales a diferencia de la cuchillería encabada en la Argentina, en que el botón es de caras facetadas. Las hojas de fabricación europea provenían habitualmente de España, Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y Dinamarca, haciéndose sumamente populares los cuños de algunas marcas hoy buscadas por los coleccionistas. A título de enumerar algunas: la Sol de Brocqua & Sholberg, la Cazador con el tradicional macaquito apuntando al filo o la punta (de J.M. Mahilos), la Cammel, la D coronada de discutido origen, si francesa de acerías Dufour o dinamarquesa. Muchas veces el cuño solo indicaba la ciudad inglesa, alemana o española donde tenían origen los aceros. El largo de los cuchillos podrá llegar a los treinta centímetros, aunque los hay de mayor longitud. Cuando son de hoja pequeña se llaman fillingos o verijeros, en razón del lugar donde son portados.

Los cabos de los que no hemos hablado hasta el momento podían ser de madera, asta o guampa, bronce o buena plata y también de metal blanco o alpaca. Sobre fines del siglo XIX tendremos la presencia del oro sobre la plata en la platería criolla. Es allí donde se verán trabajos artísticos de los más finos orfebres volcados a la tarea de enriquecer nuestros cuchillos y otros bienes de uso rural. No quedan a la zaga nuestros guasqueros o trenzadores con los revestimientos que hacen de esterillas de tientos finos sobre cabos y vainas, los que también son orgullo de nuestra artesanía nativa.

Casi todas las piezas se envainaban en cuero (suela o cuero crudo) según las posibilidades de sus dueños, no descartándose las vainas de los mismos metales que los cabos o en muchos casos combinaban la suela con el metal, haciendo primores en las vainas. Pero por ahora envainemos que el viaje se hizo largo.

Espinillo